“Hace mucho que no admiro a nadie” me
dijo alguien cuando conversamos sobre nuestra famosa crisis de los 30.
Hice una búsqueda mental en ese momento: abrí carpetas antiguas y revisé archivos recientes. Algunos nombres, de cuyas voces ya casi no recuerdo y muchos otros de voces que me rondan en cada pasito que doy, aparecieron tatuados en mi lista.
La admiración es una pila que carga partes irremplazables: cada maestro es único en mi proceso…¿evolutivo? ¿de autoconocimiento? No concibo la idea de caminar, mucho menos de correr por el aire sin una imagen que me inspire.
Descubrí mi adicción a encontrar gurús particulares cuando no los he tenido conmigo, cuando su huella pisó suelos que ellos mismos crearon para mí y de pronto se van. Los mentores son insustituibles. Atemporales. Mágicos. Médicos. Nómadas. Sedentarios. De oficina. De calle. Recién nacidos. Contemporáneos. Maduros. De las artes. De las emociones. De la pasión. De la fe. De la confianza. De la seguridad. Del orden. De las bromas. Tienen una tremenda luz que me enceguece. Poseen una enorme oscuridad que me lleva a tocarlos para comprenderlos.
Viven con una criatura diminuta por dentro, un Clemen de alas torpes y corazón de latido externo que no siempre sale a primera instancia. Y cuando lo veo revolotearles alrededor, de inmediato distingo al guía en el que se esconde. Quien cría un Clemen jamás se queda sin él.
Los persigo, los hago mis amigos y me quedo ahí, contemplando su vuelo, maravillada por su capacidad.
Hoy uno de mis gurús de cabecera se va. De él últimamente he aprendido a confiar en mí al ver lo mucho que lo está haciendo con él mismo. Va en búsqueda de sus propios Clemens, se va para llenarse de imágenes bellas de las que, seguramente, mucho voy a aprender. Este tipo de huidas físicas no altera la atmósfera en la que los dos estamos instalados, seguirá aquí. Lo voy a extrañar, eso sí. Siempre. Lo voy a esperar siempre, también.
Hice una búsqueda mental en ese momento: abrí carpetas antiguas y revisé archivos recientes. Algunos nombres, de cuyas voces ya casi no recuerdo y muchos otros de voces que me rondan en cada pasito que doy, aparecieron tatuados en mi lista.
La admiración es una pila que carga partes irremplazables: cada maestro es único en mi proceso…¿evolutivo? ¿de autoconocimiento? No concibo la idea de caminar, mucho menos de correr por el aire sin una imagen que me inspire.
Descubrí mi adicción a encontrar gurús particulares cuando no los he tenido conmigo, cuando su huella pisó suelos que ellos mismos crearon para mí y de pronto se van. Los mentores son insustituibles. Atemporales. Mágicos. Médicos. Nómadas. Sedentarios. De oficina. De calle. Recién nacidos. Contemporáneos. Maduros. De las artes. De las emociones. De la pasión. De la fe. De la confianza. De la seguridad. Del orden. De las bromas. Tienen una tremenda luz que me enceguece. Poseen una enorme oscuridad que me lleva a tocarlos para comprenderlos.
Viven con una criatura diminuta por dentro, un Clemen de alas torpes y corazón de latido externo que no siempre sale a primera instancia. Y cuando lo veo revolotearles alrededor, de inmediato distingo al guía en el que se esconde. Quien cría un Clemen jamás se queda sin él.
Los persigo, los hago mis amigos y me quedo ahí, contemplando su vuelo, maravillada por su capacidad.
Hoy uno de mis gurús de cabecera se va. De él últimamente he aprendido a confiar en mí al ver lo mucho que lo está haciendo con él mismo. Va en búsqueda de sus propios Clemens, se va para llenarse de imágenes bellas de las que, seguramente, mucho voy a aprender. Este tipo de huidas físicas no altera la atmósfera en la que los dos estamos instalados, seguirá aquí. Lo voy a extrañar, eso sí. Siempre. Lo voy a esperar siempre, también.
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| Gabriel Mota/Hermano/Gurú |
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